Testimonio: De la muerte a la vida

Testimonio
El regreso
De la muerte a la vida 

Pasar de la risa y la aventura al llorar y crujir de dientes, y que tu vida de un giro de 180 grados. En un momento de desesperación te das cuenta que perdiste el tiempo más valioso y que debes regresar a tu origen.  

Cuando era joven y soltera, al conocer a Jesús me alejé de mi madre, no tenía un lugar fijo donde dormir, comer y siempre andaba necesitada. Vagaba con mis amigas de un lado a otro, hasta que terminé trabajando en una fundación, ese lugar me encantaba porque se trataba de niños. El lugar era apartado al campo en una quinta hermosa y me quedé ahí. Aunque era líder de la iglesia, siempre estuve tambaleando, pero eso no me quitaba el sueño de evangelizar y pensaba que podría predicar de Jesús a los niños del lugar, y con el tiempo hacer una iglesia. 

Cuando llegué, llegué con una amiga y las dos éramos las únicas adventistas. No contábamos con que, el co-fundador era un francés ateo que se burlaba de los que creían en Dios, así que él no nos permitió hacer nada de religión en ese lugar. 

Al año o dos años empecé a apartarme de la iglesia y a renegar de ella; los hermanos se preocupaban y me iban a buscar, trataban de orar conmigo, pero yo me burlaba de ellos, -pienso que en cierta medida si me afectó estar con el francés ateo-. Los chicos tampoco ayudaban en nada, porque la mayoría eran niños de la calle, sin ninguna clase de educación, eran muy conflictivos y la única manera de dominarlos era con la fuerza, así que me acostumbré a eso. 

Entre una de las salidas que hacíamos para mantenerlos activos y ocupados, nos fuimos al monte, nos metimos por las quebradas y ellos encontraron una plantita que tenía una fruta que se veía apetitosa. Cuando la comían, ellos querían más y más; yo como no sabía nada de plantas y lo único que tenía en mente es que nunca debía comer plantas sin conocerlas, eso siempre me enseñó mi mamá. -Yo no comí y aunque les decía que no comieran ellos no me obedecían-. Al regresar a casa todos se sentían débiles y pensamos que era cansancio por lo tarde que era. Cuando empezaron a comer, no sé si fue eso lo que desató la bomba, pero los muchachitos empezaron a gritar, a llorar, se tiraban al piso y sangraban por todos lados: por la nariz, los ojos, la boca… y no era uno, eran muchos; yo me desesperé y empecé a gritar, porque ya los veía muertos. Vino una camioneta y trepamos a los chicos, eran entre 15 a 18, desde el más grande hasta el más pequeño, todos desangrados, convulsionando, vomitando. Llegando al hospital yo gritaba pidiendo ayuda, y como no habían bastantes camas tiraron colchonetas al piso y ahí los atendieron. Nos quedamos toda la noche en observación, les pusieron suero, y gracias a Dios nadie murió, pero el susto que me llevé fue tan tremendo. 

Fue recién ahí me acordé que tenía un Dios y que podía clamarle; no me acuerdo, pero estoy más que segura que en ese momento clamé a Dios, después de mucho tiempo de haberlo olvidado. Muchas situaciones me obligaron a salir de esa fundación y gracias a Jesús pude volver a la iglesia, ahora entiendo que él era quien estaba dirigiendo mi vida. 

"Le agradezco a mi  Jesús, porque él me regresó a sus caminos; en medio de todas las cosas bonitas que viví, también cosas feas, el haberme olvidado él no fue la mejor etapa de mi vida". 

AUTOR: CATHERINE DÁVILA 

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